Aquel día se presentó apoyado en la mesa, que justo estaba frente a la mía. No podía dejar de mirarle a los ojos, había algo que a primera vista me había marcado. Puede que fueran eso, sus ojos, porque desde el primer momento que los miré no quise despegarlos de los suyos nunca más. Sigo sin querer.
Ese día bajó a la cafetería del instituto donde yo me encontraba al otro lado de la barra, y se me acercó a pedirme algo. No recuerdo muy bien lo que era. Cierto era también que ni me importaba. Solo quería verle. No recuerdo si lo que me pidió fue una manzanilla, unos caramelos, o un café con esa leche que él tomaba. No importaba, todo era perfecto.
Todo se volvía bonito a medida que él se acercaba. Y desde ese día, nunca deje de mirar la puerta de aquella pequeña cafetería ,esperando a que apareciese con sus andares tranquilos y despreocupados, provocando entre esas paredes amarillas una sensación brutal de alegría con la sonrisa que gastaba.
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